
En este escenario, el emperador del Imperio Bizantino, Alejo l, pidió ayuda al Papa Urbano I para proteger a los cristianos de Oriente ante el avance de los turcos. Casi simultáneamente, hubo peregrinos cristianos que al retornar de tierras orientales, relataron hechos de crueldad por parte de los turcos hacia los cristianos.
Finalmente, en un concilio realizado en clermont (sur de Francia), en el año 1095, el Papa Urbano II alentó la realización de una cruzada, prometiendo el perdón de los pecados y la cancelación de las deudas de todos quienes participan en ella. El pueblo acepto el desafió y respondió con el grito "¡Deus vult!" ("¡Dios lo quiere!").
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